Obra abierta. Magdalena Fernández
Monotipos, dibujos, pinturas y una instalación de varillas intervienen el espacio de la galería RGR, evocando un modelo de producción de obra como el que el semiólogo Umberto Eco concibió al comienzo de los años 60: el de “opera aperta”. Si bien la obra de arte refleja las variables y contingencias de su contexto, la historia, el lenguaje, el género, la sexualidad, la ideología y la cultura, para Eco sólo el material del arte puede ofrecer la información adecuada a la forma que ésta adopta. En este sentido, toda obra de arte, tanto del presente como del pasado, es abierta.
La artista Magdalena Fernández —formada entre Caracas y Milán durante los debates sobre la postmodernidad y el posthumanismo— abrazó la práctica de la abstracción a contracorriente, y desde entonces ha emprendido una infatigable renovación de los materiales históricos de la abstracción geométrica y del constructivismo, a través de un trabajo de cocción lenta, precisa y delicada. Para ello, Fernández ha confrontado las vicisitudes que deshacer los cuerpos de la escultura, la pintura y la imagen en movimiento comportan, con la intención de construir espacios reales o virtuales. En su práctica, ciencia y arte son, a menudo, términos intercambiables. Su acercamiento hacia la tridimensionalidad explora el espacio negativo y los vectores e intersticios que desdoblan y abren la obra de arte a una dimensión polisémica. De acuerdo con Norma Morales, maestra grabadora del TAGA —taller de experimentación de gráfica donde Fernández ha desarrollado varias series de monotipos—, “el destello, la reverberancia y el celaje son fenómenos presentes” en la investigación de la artista, quien los ha traducido plásticamente al dibujo.
La exposición preparada por Fernández para el cierre de la programación de 2024 de RGR incluye un grupo de espléndidos trabajos que, por un lado, investigan la trayectoria de los cuerpos en movimiento hasta su desintegración, y por otro, invitan al público a crear un campo poético en una obra abierta en la que todo significado es posible.
Gabriela Rangel
La versatilidad de Magdalena Fernández como artista es reflejo de su paso por los campos de la física, las matemáticas, el diseño gráfico, las artes visuales y las artes sonoras. Desde la década de 1990 comenzó a experimentar con obras participativas que hacían eco de la profunda historia modernista del arte venezolano, aludiendo a intervenciones en espacios públicos y experiencias colectivas, similares a las que configuraron artistas como Jesús Rafael Soto.
A partir de entonces, Fernández ha mantenido un diálogo con sus predecesores modernistas, estableciendo vínculos formales en medios más recientes, tanto analógicos como digitales, que materializan la abstracción como un discurso histórico sujeto a ampliaciones, modificaciones y recuperaciones. Parte importante de este proceso de vinculación es devolverle a la abstracción su mundanidad, su conexión con el entorno natural y todos aquellos paisajes visuales o auditivos cuyas experiencias trascienden la representación o la metáfora. Para Fernández la inestabilidad del canon de la abstracción encuentra ecos en la inestabilidad de la naturaleza: el cambio, el movimiento, la fragmentación y la transformación. Todos estos elementos constituyen el punto de partida para relacionar arte, artista y espectador.
A partir del video, la instalación, la escultura, el dibujo y la obra gráfica, la artista traslada el cuerpo a estructuras que tienden hacia el cambio, promoviendo la fluidez de aquello que en principio parecería enteramente sólido.
Actualmente vive y trabaja en Caracas, Venezuela.