Physichromie 678, de Carlos Cruz-Diez, pertenece a una serie de piezas vanguardistas infinitamente modulares que, desde 1959 en adelante, servirían como plataforma para radicalizar los entendimientos modernistas de lo que es el arte. Para los años sesenta, la noción modernista del arte como crítica de la realidad (política, estética y ética) estaba ya bien establecida, y la furia de las vanguardias de décadas previas había sido domesticada y canalizada hacia las instituciones artísticas y los paradigmas de la Guerra Fría, generalmente correspondientes a una confrontación entre abstracción y figuración. Como otros artistas latinoamericanos en dicho contexto, Cruz-Diez evade esta polarización, reapropiándose de la crítica del momento: si la modernidad significaba velocidad, fragmentación perceptual, y movimientos de masas, entonces su arte debía ser igualmente cinético. El arte de la modernidad no debía producir reflexiones estáticas en solitario, donde abstracciones conceptuales como forma y contenido predominan, sino experiencias colectivas momentáneas donde la primacía de las relaciones se vuelve innegable.
Como otras obras en esta serie, Physichromie 678 refleja el enfoque de Cruz-Diez sobre las relaciones entre elementos visuales, realzando interacciones dependientes de las posiciones de los espectadores, así como del entorno en el que la obra es mostrada. El nombre reafirma lo físico del color, sus efectos no como vehículo de significación sino como el producto de la luz. Estas “trampas de luz”, como el artista las llamaba, son enteramente relacionales, en tanto que cambian de acuerdo con las condiciones espaciales y personales. Es en el movimiento donde la obra ocurre, en la participación activa de un espectador que cambia su relación con lo visto al atravesar el espacio donde se encuentra. El arte cinético de Cruz-Diez, y la serie Physichromie en particular, está basada en la idea de que la percepción permite un acceso inmediato a la realidad, siendo así el punto de partida para superar ideas de forma/contenido, razón/emoción. Por lo tanto, cada Physichromie es un evento, un diálogo espacio-temporal donde el color es el ancla directa de afectos detonados por el movimiento y los cambios en la luz.
Physichromie 678, por ejemplo, se centra en una cuadrícula de una escala cromática en la que, en primera instancia, el rojo y el azul se encuentran como opuestos diametrales, complementados en cada lado por tonos blanquecinos, creando diferentes combinaciones. Cuando el espectador se posiciona frente a la obra le impresiona de una manera única, específica, que reflejará no sólo la luz ambiental, sino también su propia relación con el espacio. Mientras que las primeras Physichromies priorizaban la simpleza tanto de la estructura como de la paleta de colores, hacia 1973 Cruz-Diez estaba jugando ya con relaciones más complejas que ampliaban el tipo de eventos, de experiencias, que los espectadores podían tener con ellas. Es así como la 678 se erige sobre la articulación “orgánica” de formas y colores por la percepción del observador, a través de un conjunto colorístico más allá del primario. El año de 1973 también marca un cambio en la utilización que el artista hace de los materiales: hasta entonces, los entramados de las Physichromies estaban construidos de cartón pintado sobre una base de madera, con aletas de aluminio o acrílico que fomentaban la reflección de la luz. Después de aquel año, empezó a construir la estructura entera con piezas de aluminio en forma de U, sobre las cuales serigrafiaba bandas de color, dándole a las obras una mayor durabilidad, pero también permitiendo efectos más llamativos en las “trampas de luz”.
Al final, es en el movimiento donde la Physichromie tiene lugar, y también donde audazmente declara que el arte no existe para ser contemplado, sino para ser vivido, siempre enraizado en un espacio y tiempo específicos.