Dos ejes componen la exposición: la impermanencia de lo monumental y la permanencia de lo efímero. Mesa infinita (2020) representa el primer eje: la transformación del castillo sugiere que visiones de la historia que representan los monumentos también están sujetas a cambios profundos con el paso del tiempo. Su importancia es clara cuando consideramos cómo es que México ha construido y reconstruido su propio pasado. A lo largo de siglos la figura de lo prehispánico ha marcado la pauta el origen del mexicano; donde en el siglo XIX se veía a lo indígena como pasado clásico y presente a superar por medio de la modernización, en el XX se redefinió como un pasado trágico en necesidad de recuperación frente a la herencia española, aunque todavía sujeto a un discurso modernizador.
El canon de la narrativa nacional, el cual se conoce entre historiadores bajo el concepto de “historia de bronce”, hace de las representaciones monumentales el eje de la historia del país. En ella, se concibe lo mexicano como una identidad monolítica en la que lo indígena constituye un pasado distante y petrificado, ignorando la contemporaneidad y diversidad de las comunidades del país. La instalación que compone el segundo eje de la exposición alude a la historia sobre la cual se erige la vida diaria de México, y que la historia de bronce pretende inmovilizar, excluyendo las continuidades entre pasado y presente que vuelven a todos esos grandes eventos nacionales un castillo de arena. Tradiciones y prácticas cotidianas seguirán evolucionando más allá de nuestros días, y las piezas mostradas, más cercanas a la tierra que todos aquellos monumentos que pretenden acceder al cielo, despiertan emociones y pensamientos que no buscan ensalzar la nación, sino mostrar su existencia concreta.
A través de la reutilización y el reciclaje, la práctica artística de Diego Pérez resignifica objetos cotidianos cuyas relaciones con la historia son complejas, recordándonos que cambian constantemente. En otras palabras, esta historia de arena es una aproximación estética al problema de cómo es que la nación crea su propia narrativa en objetos e imágenes. Pérez nos ayuda a recordar que no todo es sagrado, que lo que nos une no son tanto las monumentales siluetas de la historia de bronce sino aquellos fragmentos descartados de la vida diaria, las pequeñas y profundas narrativas que tenemos en común y cuyo destino es el cambio. Después de todo, cuando tomamos un puñado de arena y lo soltamos, siempre quedan sutiles rastros en la piel.